Abril 15, 2005 De Revista Cambio

Las 'papas calientes' del nuevo Papa

Los retos más importantes para el nuevo pontífice tienen que ver con los anticonceptivos, la ordenación de mujeres y el celibato.

El lunes de la próxima semana, 116 cardenales se encerrarán en un cónclave más en la Capilla Sixtina, para elegir al sucesor del Juan Pablo II. El escogido no lo tendrá nada fácil. Reemplazará a un Papa que ha dejado un punto muy alto. Karol Wojtyla entendió el poder de los medios de comunicación y cautivó al mundo. "Jamás a lo largo de la historia un hombre había sido visto por tantos millones de personas", escribió con razón su biógrafo George Weigel, en la revista Newsweek.

Pero las dificultades para ese nuevo Papa no sólo serán de orden mediático. Tendrá duros problemas por resolver dentro del catolicismo y con respecto a otras religiones. Dentro de los primeros se incluye, por ejemplo, el alejamiento cada vez mayor de los mil millones de fieles que hay en el mundo en relación con la doctrina religiosa. Un lío gordo que se debe en buena medida a que Juan Pablo II apoyó férreamente la prohibición a los anticonceptivos, la no ordenación de las mujeres y el celibato sacerdotal.

Con condón, ni pío

En 1994, Karol Wojtyla declaró que los católicos no pueden usar métodos contra la procreación, como la píldora o el preservativo. Lo dijo durante la Conferencia sobre Población y Desarrollo de Naciones Unidas que se llevó a cabo en El Cairo, y lo ratificó en diversas ocasiones. Pero la realidad es otra. Millones de católicos usan el condón, las pastillas y hasta la píldora del día después, para no tener más hijos. Para rematar, hay países, como España, donde el Gobierno piensa aumentar las causales del aborto.

El Vaticano ha prohibido también el uso del condón como mecanismo de lucha contra el sida, porque considera que no es eficaz. Así lo afirmó el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo desde el alto cargo que tuvo en Roma por nombramiento de Juan Pablo II. Esta tesis, contraria a los estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es un peligro ambulante si la acogen los miles de católicos de África, donde hay 26 millones de personas infectadas por el virus.
El celibato sacerdotal es otro asunto que le complicará la vida al sucesor de Karol Wojtyla. El Papa polaco ni siquiera contempló la posibilidad de discutir el tema, y le hizo un flaco favor a la Iglesia. Muchos atribuyen la escasez de vocaciones al hecho de que estos hombres tienen que vivir solteros el resto de la vida. También hay voces que creen que los casos de pedofilia destapados hace tres años en Estados Unidos, en los que estaban envueltos varios jerarcas católicos, se pueden haber debido al celibato.

Nada raro tiene que la no ordenación de mujeres sea otro aspecto que llame la atención del segundo Papa del siglo XXI. Decenas de ellas quieren ser sacerdotes, tal como ocurre en la Iglesia Anglicana, y si se les diera luz verde, se podría luchar contra la falta de vocaciones. Juan Pablo II no permitió siquiera una discusión sobre la materia. Según él, los curas deben ser hombres, como hombres fueron los 12 apóstoles que escogió Jesucristo.

Posiciones encontradas

Estas posturas de Juan Pablo II no han dejado indiferentes a sus críticos. Hans Küng, célebre teólogo suizo que en 1979 fue retirado de la cátedra por el Papa, se fue la semana pasada lanza en ristre contra Karol Wojtyla en un extenso artículo. Para Küng, Juan Pablo II se contradijo a sí mismo porque, mientras se declaraba devoto de la Virgen, les negaba a las mujeres el derecho a ser ordenadas. El teólogo también critica que el Papa mantuviera el celibato, algo que no existió "en la tradición católica del primer milenio".

Küng no paró ahí. El Papa, dice con respecto a la política sobre los métodos anticonceptivos, "tiene cierta responsabilidad por el crecimiento descontrolado de la población en algunos países y la extensión del sida en África". Y le censura que, contra lo establecido en los años 60 en el Concilio Vaticano II, haya centralizado nuevamente la autoridad en desmedro de los obispos y haya marginado a los jerarcas con ideas liberalizadoras.

Tendrá duros problemas por resolver dentro del catolicismo y con respecto a otras religiones.
¿Será posible que el próximo Papa se le mida a darle el sí al condón, eliminar el celibato y autorizar la ordenación de mujeres? "Es muy posible", le dijo al programa 60 Minutes el padre Richard McBrien, prestigioso historiador y teólogo de la universidad estadounidense de Notre Dame. "Las mujeres podrán ser ordenadas, abolido el celibato y aprobado el control de la natalidad. Si no, nos quedaremos sin sacerdotes. Eso no será un asunto clave en poco tiempo. Lo importante, lo clave, es la espiritualidad. Una espiritualidad a la que deberá dedicare el Papa para paliar la pobreza. No puede ser que entre seres hermanos haya tantas diferencias".

La lucha contra la pobreza

McBrien ha dado en el clavo. La lucha contra la pobreza es otro asunto en el que debe centrarse el nuevo Pontífice. Sin peligros totalitarios como el nazismo o las dictaduras comunistas que padeció el joven Wojtyla en su Polonia natal y que influyeron en su apoyo a la caída del Muro de Berlín, ahora la amenaza son las precarias condiciones de vida de miles de millones de personas. Las cifras son aterradoras, especialmente en África subsahariana y en Asia.
En América Latina el reto es reducir la desigualdad, que es mayor que en cualquiera otra zona del planeta. Pero hay otro desafío: evitar la desbandada de creyentes. La mitad de los católicos del mundo vive en Latinoamérica, la mayoría, en Brasil y México, pero un estudio de hace pocos meses desnudó que 10.000 personas bautizadas en el catolicismo abandonan diariamente la fe y abrazan otros credos. En Colombia, Bogotá, Cali o Medellín son prueba de ello. Hay docenas de templos mormones, evangélicos y protestantes repletos de hombres y mujeres que hicieron la primera comunión en una iglesia católica. El catolicismo no los satisface.

El acercamiento a otras religiones es igualmente un asunto que no podrá dejar de lado el Papa que llegue. El Islam es una de ellas y reviste gran importancia por el auge del terrorismo radical islamista. El Pontífice que surja del cónclave que arranca el lunes entrante deberá sentarse con los líderes musulmanes para evitar que crezca en esas latitudes el odio hacia Occidente. La absurda idea de los radicales de que los cristianos son infieles peligrosos ha inspirado a quienes han cometido atentados en Nueva York, Casablanca o Madrid. Además, el conflicto entre los seguido res de Cristo y los de Mahoma en países africanos como Nigeria o Sudán, se ha cobrado miles de vidas.

La paz con los ortodoxos

En otro orden de ideas, un desafío para el nuevo Papa es el acercamiento con la Iglesia Ortodoxa en Rusia. Hasta ahora es poco lo que se ha avanzado en el diálogo entre ese credo y el Vaticano, sobre todo por la negativa de los jerarcas rusos, que han rehusado en redondo entablar conversaciones.

Juan Pablo II lo intentó más de una vez, y sus gestiones fracasaron. La última fue en agosto del año pasado, cuando mandó una delegación a Moscú. "El Papa quiere devolver personalmente a Rusia un antiguo ícono ortodoxo que se conserva en el Vaticano: La Madre de Dios de Kazan", dijo uno de sus emisarios con el propósito de abrirle paso a una visita del Pontífice. Es muy valioso. Apareció en esa ciudad en 1579 y se perdió tras la Revolución de Octubre en 1917.
"No es el original. Es una de las muchas copias que existen", le aseguró el líder de la Iglesia Ortodoxa, el patriarca Aleksy II, al presidente ruso, Vladimir Putin. Y hasta ahí llegó la estrategia del Papa. Putin decidió no meterse en más líos de los que tiene, se negó a manejar el asunto, y contestó que el encargado de autorizar el viaje de Karol Wojtyla a Moscú era Aleksy II. Total, no hubo visita y el tema quedó de ese tamaño.

Cerrar las heridas entre la iglesia Católica y la Ortodoxa no es tarea fácil. Se originan en disputas milenarias. El distanciamiento empezó con la caída del Imperio Romano de Occidente, en el año 476, y aumentó cuando, en tiempos de Carlomagno, se fortaleció el papado mientras que en Constantinopla se afianzaba la Iglesia Ortodoxa que floreció en Oriente. La crisis llegó en el año 1054, cuando el Papa León IX y el patriarca Miguel Cerulario se excomulgaron el uno al otro.

En los últimos años, las relaciones alcanzaron su punto más bajo en 2002, cuando el Vaticano decidió darles más importancia a las cuatro regiones apostólicas de Rusia al designarlas como diócesis y nombrar los obispos respectivos. La medida disgustó a los líderes ortodoxos, que presionaron al Gobierno de tal modo que expulsó a varios sacerdotes y les negó la visa a otros, incluido alguno de los que iba a tomar posesión de un obispado.

El asunto chino

Otro tema que el Papa tendrá delante es el de la normalización del catolicismo en China, donde hay 12 millones de fieles. El problema en ese país es que la jerarquía católica que depende del Vaticano tiene que actuar de forma clandestina, pues el Gobierno la considera al margen de la ley. Los sacerdotes se enteraron de la muerte del Papa por internet y no por canales oficiales, y las misas que oficiaron se llevaron a cabo a escondidas.

China prohibió el catolicismo hace poco más de medio siglo, cuando Mao Tse-tung llegó al poder y formó un Estado comunista y opuesto a los credos religiosos. Luego estableció una "asociación patriótica" para supervisar las prácticas de los católicos, así como el nombramiento de los prelados. El Vaticano perdió entonces el poder. Eso explica por qué una de las cosas que Juan Pablo II tenía entre ceja y ceja era organizar una visita a China.

Nunca pudo hacerla. El gobierno de Pekín no le perdonó que el Vaticano sea el único Estado europeo con relaciones diplomáticas con Taiwán. Además, algunos prelados católicos nombrados por las autoridades tampoco le aceptaron que él hubiera pedido perdón en 2001 por los errores cometidos antiguamente en China por unos cuantos misioneros de la Iglesia de Roma. Él lo hizo pensando en que eso le abriría las puertas del diálogo. Se equivocó.

Pero, aparte de todo eso, hay una razón obvia que explica por qué Pekín no le permitió la entrada a Juan Pablo II, y es que el Gobierno temía que, después de la visita del Pontífice, pasara en China lo mismo que en los países del antiguo bloque soviético. Las autoridades debían echarse a temblar sólo de imaginar que el régimen se podía venir abajo como en Alemania oriental, Polonia o Hungría, en Rumania o Checoslovaquia, a finales de 1989 y principios de 1990.

Fuera de ponerle atención a China, donde el 0,7% de la población es católica, el nuevo Papa tiene que dedicarle tiempo a consolidar la fe en otros países asiáticos, donde el número de fieles crece poco a poco. En India, un país con mil millones de habitantes, el porcentaje se acerca a un nada despreciable 0,8. En Japón es del 0,4; en Vietnam, del 6,8, y en Corea del Sur, del 9. Filipinas, que fue colonia española, es caso aparte: 83% de los 86 millones de habitantes son católicos.

El de Juan Pablo II fue un papado lleno de logros políticos, pero con puntos grises en asuntos doctrinarios relacionados con la vida práctica. Es allí donde tendrá que meterse de lleno el nuevo Pontífice. De lo contrario, verá disminuir el número de fieles practicantes, un fenómeno que se viene produciendo de tiempo atrás porque para ellos la Iglesia Católica no está a tono con los nuevos tiempos.